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    En el remanso del silencio, donde a veces nos sentimos abandonados, también hallamos una paz y tranquilidad que nos invitan a la reflexión. Pero, ¿por qué el silencio?





    Es una herramienta, una oportunidad divina para que podamos ordenar nuestros pensamientos, evaluar nuestras acciones y, a veces, simplemente descansar. En esos momentos de quietud, cuando todo calla, las personas suelen sumirse en un sueño reparador, desconectándose del ajetreo del día.


    Ahora, surge la pregunta: ¿Por qué nos sentimos solos en el silencio? La soledad, esa presencia no siempre bienvenida, puede hacer acto de presencia en esos momentos. A veces, nos sentimos como en un abismo, donde nadie parece escucharnos ni entender nuestro dolor. Un lugar que pocos desean habitar.


    Pero la soledad no es siempre malévola. A menudo, viene de la mano del silencio, brindándonos un espacio cómodo para reflexionar. En este dúo, encontramos la oportunidad de explorar diferentes perspectivas y analizar nuestras circunstancias.


    Imaginemos a un adolescente, abrumado por un día maravilloso que se desmorona con un simple mensaje. Al sumergirse en la música para ahogar sus penas, se encuentra con el silencio. En este momento, la soledad se presenta, y con ella, la oportunidad de pensar y reflexionar. En este ejercicio, el joven revisa sus relaciones, descubre verdaderos amigos y evalúa acciones pasadas.


    Este proceso puede llevar a la depresión, pero también a la iluminación. Al vislumbrar una luz en medio de la desesperación, surge una elección: continuar ascendiendo hacia una perspectiva más clara o dejarse caer de nuevo en la oscuridad.


    La luz en el hueco de la inseguridad y la desesperación es un regalo de Dios. Nos muestra que, aunque todo parezca desmoronarse, Él nos guía y nos ayuda a superar cualquier desafío. Cada prueba es una oportunidad para descubrir nuestro propósito, un propósito que solo Dios conoce.


    Cuando decidimos ascender hacia esa luz, comprendemos que Dios nos ofrece una oportunidad para cambiar, levantarnos y salir del hueco. Él nos da la fuerza para dejar atrás nuestras cargas y avanzar con una intensidad renovada.





    En la tranquilidad, encontramos la paz que anhelamos. La salida para alcanzar esa paz es Jesucristo. Solo a través de Él podemos hallar la verdadera tranquilidad y confianza, porque, como nos recuerda Juan 3:16, el amor de Dios es infinito.


    La elección entre la tranquilidad y la amargura está en nuestras manos. Aprovechemos el silencio de la manera correcta. Jesús está listo para transformar nuestras vidas; solo necesitamos darle una oportunidad.